MALTRATO FÍSICO Y DROGODEPENDENCIA EN LA MUJER: ¿UNA RELACIÓN A ESTABLECER? Dr. Francisco Javier Rodríguez Díaz La cultura de la
violencia niega la democracia, la igualdad y la justicia social: no reconoce la existencia
y los derechos de otro: no acepta y mucho menos valora la diversidad; es dogmática;
entonces niega la tolerancia e impide la resolución pacífica de los conflictos,
rechazando el diálogo. El tomar una posición y / o buscar que una intervención sea eficaz, en tanto acción orientada a producir un cambio en una dirección determinada con respecto a la violencia que sufre el género femenino, se debe realizar, sin dudar un momento, desde el posicionamiento de los derechos humanos y los valores culturales (derecho a la vida, libertad y seguridad de las personas; el derecho a la salud y a un tratamiento humano, donde no tenga cabida las posturas degradantes, la tortura o el castigo). La violencia contra la mujer, aunque se agrupa en este estudio en una manifestación concreta (la violencia física), no se puede dejar de entender en un sentido amplio, en tanto se vea como una violación de los derechos humanos. Esta realidad, a su vez, puede darse tanto en la familia como en la comunidad y, en su caso, incluso propiciada o condonada por el propio estado o sus instituciones (limita su autonomía y su capacidad de decisión, otorgando al género femenino una posición de dependencia donde aparecerán y se mantendrán diferentes normas morales). De esta manera, y asumiendo la violencia contra la mujer como un fenómeno social en sentido amplio, ello no implica que no resulte necesario el analizar comportamientos que suceden en contextos concretos y específicos. De igual manera, y en particular, es necesario afrontar los factores que involucran y crean cualquier vivencia de violencia que en todas sus manifestaciones debemos entender incluso en la inadaptación y / o en la marginación constituye un problema de salud. La violencia desde este posicionamiento ha de venir caracterizada, por un lado, por el uso intencional de la fuerza (en nuestro estudio será física) y, por otro, por la intención de hacer daño a alguien, siendo en este estudio el sufridor de su amplia variedad de intimidación el género femenino. Una de las cuestiones básicas a aclarar, por tanto, son las vías a través de las cuales debemos analizar los datos, es decir, las diversas perspectivas desde las cuales hay que comprender tanto las causas como las consecuencias de la violencia de género. De esta manera, encontramos abordajes que inciden en características individuales de la víctima (sexo, edad, clase social, ciclo vital, ...), sus efectos (mortalidad, morbilidad, ajuste, ...) e incluso en el número de afectados; otros van a buscar identificar las relaciones entre el agresor y la víctima, mientras que otras perspectivas inciden en la intención o la motivación (accidental, delincuencia, étnica, ..) o el lugar donde suceden los hechos (urbana vs. rural, doméstica, laboral, ...) Esta variedad perspectivas o abordajes, como se prefiera, de por sí ya nos han identificado la complejidad de causas y circunstancias de la violencia de género, lo que, a su vez, nos lleva a tener dificultades para poder explicar y establecer las causas y el rango de interacción entre los diversos factores. Con todo, la situación inductiva que se genera desde la investigación actual ( Bhatt, 1998; Chermack y Blow, 2002; Chermack, Fuller y Blow, 2002;Davies, 2002; Defensor del Pueblo, 1998; Lloret Irles, 2001; Maltzman, 2002; Markward, Dossier, Hooks y Markward, 2000; Martín y Bryant, 2001; Rodríguez, Antuña y Rodríguez, 2002; Russell y Wells, 2000; Soler, Vinayack y Quadagno, 2000; ......) nos permite por lo menos identificar una serie de mecanismos integrados a clasificar en tres agrupamientos de interés para la mujer drogodependiente. Es decir, nos estamos refiriendo a los factores originarios, identificados básicamente por el rol que ofrece la familia, la escuela y el trabajo en el proceso de socialización e integración en tanto transmisión de valores a aceptar; los factores promovidos, en tanto mecanismos de resolución de problemas diferenciados y más relacionados con el ámbito de la marginación, la satisfacción personal inmediata o incluso la impunidad de comportamientos distantes de los valores sociales a aceptar; y, por último, los factores facilitadores, que en nuestro caso se encuentran relacionados no tanto con el consumo como por la adicción, al alcohol u otras drogas, facilitando ello a la vez una imagen, unos estereotipos y unos perjuicios. (no debemos olvidar que nuestra sociedad puede llegar a relacionar a ambas y considerarlas como positivas, como pasa por ejemplo en nuestros medios de comunicación o incluso en el deporte, ... o donde lo único que importa es ser el mejor, el ganar, ....). Si los factores referidos nos han permitido constatar una enorme complejidad de las situaciones de violencia, al añadir la complejidad que caracteriza a las adicciones, y en concreto al mundo de la droga (legal o no), nos adentramos en un mundo donde no contamos en la actualidad con respuestas ni simples ni unánimes aplicables a todos los casos (Rodríguez, Antuña y Rodríguez, 2002). Desde esta perspectiva, el trabajo pretende presentar algunos datos epidemiológicos que confirmen que aún se trata de un reto de hoy, aunque el problema ya viene de antaño. De la misma manera, se presentarán los primeros datos de una investigación de ayer, que pese a su enorme complejidad ya empieza a ver la luz del día (mucho del éxito hay que concedérselo al empeño y facilidades que nos han ofrecido los gestores de este congreso, es decir, el Instituto Spiral) principalmente en el ámbito de las variables referidas a las relaciones interpersonales (familia origen y núcleo familiar) a determinar su incidencia en el desarrollo y mantenimiento del maltrato dentro del comportamiento drogodependiente. Establecidas las implicaciones de las relaciones interpersonales, se pasará a ofrecer aquellas relacionadas con la intervención, tanto en el ámbito de éxito como de retención en el programa. A pesar de ello, seguiremos manteniendo a la prevención como una labor básica a realizar más allá de la reforma institucional o del otorgamiento de seguridad a las víctimas (Fernández Ríos y Rodríguez, 2002). En este transcurrir, asumimos y nos ratificamos en lo que ya dijimos en el anterior simposium (Rodríguez, 2000): Introduciendo en la educación y formación de los jóvenes contenidos tales como la tolerancia, solidaridad, convivencia, negociación, libertad, ...Desde posturas críticas y fomentando el desarrollo integral de la personalidad, al margen de la pertenencia a uno u otro sexo. Desde esta perspectiva, y sin olvidarnos de los aspectos jurídicos y psicosociales, es posible conformar una estrategia para orientar la intervención. Al mismo tiempo que ésta, es decir, la intervención deberá ser aglutinante de acciones concretas en áreas de los Servicios Sociales, en tanto a ellos les compete el mejorar el nivel de competencia de los individuos, personal y socialmente, en nuestra comunidad en nuestro caso contribuyendo, favoreciendo el erradicar dos lacras en la mujer: violencia y droga).
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